El príncipe William ocupa el segundo lugar en la línea que lleva al trono británico. Es lo que hace la diferencia con las últimas bodas reales (como la española o la holandesa, donde los novios eran los sucesores directos): en términos formales, su casamiento no es un acto de Estado sino un acontecimiento privado. Pero sí es un hecho políticamente relevante, porque gran parte de la opinión pública británica considera que él será el próximo rey. Se sabe, Carlos no es precisamente bien mirado por sus súbditos y hace tiempo que se especula con la abdicación. A William, en cambio, lo quieren mucho. Es hijo de Diana, la "Princesa del pueblo", pero la cuestión no es sólo genética: se sospecha (¡y se espera, en muchos casos!) que quizás lleguen con él los "aires de cambio" que necesita la casa real británica para recuperar parte de su prestigio.
Cualquier acontecimiento que involucre al futuro rey británico tiene implicancias políticas. En su calidad de jefe de Estado es, según la ley, jefe del Ejecutivo, parte integral del Legislativo, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y máxima autoridad de la Iglesia de Inglaterra, aunque en la mayoría de los casos las decisiones las tomen el primer ministro, el Parlamento, los comandantes y el arzobispo de Canterbury, respectivamente.
Hay, además, una cuestión que va más allá del poder formal: la de los liderazgos, claramente visible en la película "El discurso del rey". Así lo señaló en un editorial el prestigioso diario "The Guardian". Palabras más, palabras menos, señaló: "hace una década, The Guardian anunció su compromiso con el republicanismo. Pero el príncipe Guillermo ha demostrado que puede ser un nuevo tipo de rey..."